Me situé al
otro lado, en un rincón oculto por las sombras de las nubes que acompañaron el
día. Vi tu mirada perdida, algo inquieta. Estabas rodeado de gente que iba y
venía hacía ti con palabras bonitas, deseos de un futuro prometedor, a lo que
tú respondías con un humilde "gracias". Estabas muy guapo con ese
traje negro. Permanecí callada, ausente en la distancia, arropada por las ramas
de un viejo olivo que hacía algunas semanas le habían arrebatado su vestimenta. En
esos momentos, se arremolinaban a tu alrededor como un último intento de
sacarte de aquella locura. Llevaba puesto el vestido negro ajustado, el que me
marca todas las curvas, que sólo con verlo siempre acababa tirado en el suelo,
sin importar dónde estuviéramos. Sé que el protocolo no recomienda el negro
para estas ocasiones, pero mi corazón está de luto. La hora estaba próxima. Las
lágrimas se derramaban por mis mejillas, aunque mis ojos se ocultaban detrás de
unas grandes gafas de sol, aunque tanto éste como yo, estábamos ocultos,
buscando un resquicio de oportunidad para brillar. Mis tacones rechinaban
contra la arena, mientras a mis espaldas sonaban los frenos de un recién
estrenado Mercedes para el momento. La puerta se cerró entre aplausos de
asistentes.
Una
desconocida camina por un camino de tierra con tacones de aguja y vestido de
fiesta. La celebración de un duelo por amor.
No me gustan las distancias, hay que acortarlas siempre, lo sabes...
ResponderEliminarHay distancias elegidas, otras impuetas y las peores, sin fecha de caducidad.
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