Mis nalgas rozan tu cuerpo mientras te dirijo una mirada de disculpa. Tu mano permanece sujeta a una copa de vino y en tu mirada vislumbro la rabia por sentirme y no tenerme. Mis tacones se van alejando de ti y con cada peldaño que desciendo mi minifalda es agitada como si el viento deseara revelar mis secretos. Nos separan algunos metros, pero siento el calor de tu mirada en mi entrepierna. Veo tus susurros en la oreja de otra, tus labios acariciando su piel, tu sonrisa traviesa, pero tu mirada fija en mí, en mis ojos; divisando cómo muerdo mis labios, cómo muevo mis caderas al compás de la música. Tal vez tu mano empiece a descender y tal vez veas pasar mi trasero cerca del tuyo; tal vez te susurre desde la distancia “mis labios hubieran deseado a los tuyos”; tal vez hubieras agarrado mi mano, hubieras girado mi cuerpo y me hubieras robado un beso lento, sabroso, caliente, húmedo. Sin embargo, aquí seguimos, separados por cuerpos embriagados de alcohol, pero carentes de pasión. Dejo el tal vez sumergido entre mis miedos y dirijo el vaivén de mis caderas hacia ti. Mi mirada obsesionada con tus bíceps y mi lengua recorriendo mis labios, preparándolos para el ataque previsto. Mi cuerpo se paraliza a unos escasos metros, pero sueltas tu copa para venir hacia mí. No hay palabras. Solo tu mano sobre mi mejilla, tus labios acariciando los míos pausadamente. Voy arrimando mi cuerpo al tuyo. Siento tu calor creciendo dentro de ti. Mis manos apoyadas en tu torso, tímidas de recorrerte. Me susurras al oído lo que deseas hacerme y un relámpago de calor recorre mi cuerpo, deseoso de cumplir deseos. La conversación vendrá después. Nos hemos perdidos por las calles y en un arrebato, allí, mi falda se mueve con cada embestida de tus caderas. Silencias mis gemidos con tu boca. Tu mano sujeta mis muñecas y siento tu pene dentro de mí, profundamente, hasta que el orgasmo se nos escapa entre las piernas.
Nos escondimos en aquel viejo cuarto, tras las escaleras de la segunda planta, después de la sala de ordenadores de los de segundo de carrera, ¿te acuerdas? Dos pares de vaqueros tirados sobre el suelo. Mi camiseta sobre el pomo de la puerta. La tuya, sobre la pila de viejas CPU, de una generación ya olvidada. El aire la ondeaba como la bandera de un barco pirata reclamando su territorio. Golpeaste mi espalda contra la puerta, sujetando con firmeza mis brazos por las muñecas, quedando a tu merced. Me clavaste tu mirada con tal intensidad, que aún hoy sólo necesito cerrar los ojos para sentirla sola para mí. Me susurraste al oído derecho que cerrara los ojos y cuando mis párpados se bajaron sentí tus labios recorrer lentamente mi cuello hasta la clavícula, haciendo estremecer todo mi cuerpo. Tu lengua saboreó mis pezones haciéndolos endurecer. Ibas bajando hacia mi ombligo; tus manos acariciaban las curvas de mi cuerpo. Sutilmente retiraste la última pieza que cubría mi cuerpo, quedan
Huy pensé que estaba leyendo a Silvia Day
ResponderEliminarExcelente relato
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