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Mostrando entradas de enero, 2013

Amanecer interrumpido

Coserme con letras desconocidas. Y las manecillas del reloj no sabían encontrar las sílabas de tu nombre. Llegó tu día para levantar tu máscara. Quítatela si te atreves. ¿O es tan tuya como el aire que respiras? Y te cojo y miro el reflejo  de mis ojos hundidos en la miseria de haberte perdido. Déjame que tire  nuevamente los dados. Prometo que esta vez no fallo en caer en el fracaso de haberte olvidado. Y esta luna menguante  no me lleva consigo al olvido, olvido de no haberte tocado,  de no haberte sentido. Latente como la sangre a borbotones es tu recuerdo en mi deseo. Y me hallo pero no me encuentro. Mi reflejo se esconde. Y otra vez me comen la jugada. Olvidándote no consigo nada,  pues mis venas palpitan al oír tu nombre. Y voy y vengo de este desencuentro. Nocturnidad en el pensamiento. Olvido de mis sentimientos. Caprichos de un destino incierto. Que te esconden para dejar de apostarte. Y los vóm

Un (no) cuento de (no) Navidad

Cogió una bolsa cualquiera y se arrodilló frente al árbol. Fue retirando una a una cada una de las bolas que hace algo más de un mes había colocado con cierta emoción en aquel árbol que provenía de otro tiempo, de otra casa, de otro hogar. Allí, frente aquellas ramas falsas de color blanco, como si la nieve lo hubiese inundado, en un lugar donde nunca había hecho acto de presencia, revivió la última Navidad, la de dos mil once. Recordó cómo la emoción invadía sus ojos; los nervios de los regalos siempre al límite de la última hora y la ilusión de los sueños que aún quedaban por cumplir. Sueños que se resquebrajaron un diez de enero cuando su chico llegó a casa con una carta en la mano y una mirada pérdida, ausente. La mirada de la ignorancia, de la perplejidad. Escuetas palabras para resumir los últimos cinco años de su trayectoria profesional: “Sentimos comunicarle que debido a los recortes que la empresa se ve obligada a llevar a cabo, prescindiremos de sus servicios a partir de

¿serías capaz sólo de leerme?

Adrián encendió la pantalla del ordenador pero hasta que no hubo terminado de colocar sus apuntes sobre la mesa, no se dispuso a trabajar con él. Sin embargo, quedó sorprendido al comprobar que la pantalla de navegación estaba abierta y en la misma una pequeña ventana de conversación parpadeaba. Podría haber optado por cerrarla sin más, pero pocas veces se tenía la oportunidad de observar la vida de alguien tan directamente. Su mesa se encontraba al principio, de las que miran hacia la puerta. Y justo antes de abrirla comprobó que no hubiera alguien observando su osadía. Click. Y la pantalla se le mostró. Sólo había una frase, sólo una: ¿serías capaz sólo de leerme? Una pregunta sencilla, eso creyó él. Por eso, no dudó ni un instante en contestar, ¡por supuesto! La respuesta demoró un minuto, un breve espacio de tiempo, que a él se le antojó inmenso. Del otro lado, le quiso dar un aviso, "una vez que empiece, tendrás que reprimir tus ganas de querer expresarte, ¿lo has entendid

¡Qué malo era el jodio!

-¿Conocía al difunto?, preguntó el hombre canoso que se apoyaba con alguna agilidad, obtenida por la experiencia, sobre su bastón. -No mucho, la verdad. Estoy aquí porque mi madre, que se encuentra fuera de la ciudad, me ha pedido encarecidamente que asista, respondió ella. -Como acostumbra a pasar en estos casos podría decirle que era un buen hombre, pero, para serle sincero, le estaría mintiendo como un bellaco y, a mi edad ya no hay necesidad de guardarse las mentiras. Era un mal hombre, pero no lo que usted podría pensar por malo, no, sino esa maldad intrínseca, donde se busca el perjudicar al contrario sin tener en cuenta las consecuencias. Seguro que si le pongo un ejemplo lo ve todo mucho más claro. Vi con mis propios ojos como tiró a su hermano por las escaleras para evitar que éste fuera al baile de fin de curso con la chica que les gustaba a ambos. Aquello supuso el fin de la carrera deportiva de su hermano, ¡SU PROPIO HERMANO!, ¡crease usted! -Pues sí, eg