Tras 10 años casados la rutina estaba más que instalada en nuestras vidas. El trabajo, las extraescolares, los compromisos, la familia... todo parecía estar por delante de nuestra relación. La cama pasó de ser un campo de batalla a un yermo terreno veraniego. A veces me quedaba observándole desde la distancia mientras jugaba con los niños o se perdía en las hojas de un libro y mi entrepierna reaccionaba. El deseo estaba latente, pero parece que nunca sintonizábamos el mismo canal a la vez. Una noche me acosté pronto con un fuerte dolor de cabeza, dejándole a él a cargo de las tareas domésticas y nuestros hijos. Somos más de dividir, pero esta vez el dolor me superaba. Pasadas unas tres horas, aproximadamente, me desperté, pero el frío invadía el otro lado del colchón. Una luz tenue procedente del salón se colaba por debajo de la puerta. Con tranquilidad me incorporé, bebí un poco de agua y descalza me dirigí hacia la claridad. La imagen desde la puerta me pareció hermosa y muy, muy sugerente. Sentí un latigazo por todo mi cuerpo que desembocó en mi clítoris. Con sutileza me acerqué por detrás de él y empecé a acariciar sus pectorales mientras él meneaba su polla frente al televisor con mucha suavidad. Sorprendido, paró su mano y me miró con nervios y expectación, pero yo proseguí mordiendo su oreja izquierda y descendiendo con mi lengua por su cuello. Mi boca ansiaba tener su pene entre mis labios, pero mi cuerpo, mi mente necesitaban saborear el recorrido de su piel. Besos apresurados, salvajes. Pequeños pellizcos en sus pezones. Él silenciando su placer. Mi cuerpo entre sus piernas. Mi mano abraza su polla, se adapta de nuevo a ella y la agita ligeramente arriba y abajo. Una caricia de mis yemas en su glande. Mis labios deseosos de su cuerpo se abalanzan sobre él. Chupan la cabeza de su pene humedeciéndolo para que de improvisto lleve su polla hasta el fondo de mi garganta. Una penetración bucal tras otra. Un jugueteo con sus bolas. Y su lechita entre mis labios. Siento como mi humedad desciende por la entrepierna. Me abro frente a él y de rodillas me saborea; ese sabor dulce tan mío ahora forma parte de él. Muerdo mis labios para silenciar el orgasmo que se ha empezado abrir y de repente exploto dentro de él. Cansados, felices permanecen nuestros cuerpos calientes entre sí.
Y, de repente, para, se yergue y se distancia de él unos escasos centímetros, que ni el silencio se hubiera atrevido a atravesar. Le mira directamente a los ojos. Ella roza sus propios labios con su lengua para terminar con un pequeño mordisco en el labio inferior, por la parte izquierda de éste. Él se mantiene inalterable en su posición, controlando su deseo por ella, aunque su entrepierna tenga vida propia y roce suavemente el muslo derecho de su enigmática compañera sexual. Ella se inclina sobre él y echa su cálido aliento sobre la fina piel de su cuello provocando que ésta se erice, para terminar con un lametón a la altura de la barbilla. Y sin que ambos se rocen, sus lenguas se acarician atrayéndose entre si para terminar en un apasionado beso, que aunque comienza lento, termina salvaje, ansioso, donde las manos invaden el cuerpo del otro. Él la sube a la altura de su cintura y la penetra fuerte, mientras ella le rodea con sus piernas y su espalda es ahora la que golpea la
Comentarios
Publicar un comentario
Confesó