EL
HIJO
Desde
el quicio de la puerta observaba como yacía en su ancho sofá,
ligeramente inclinado hacia atrás, mientras hojeaba el periódico
del día. Yo no entendía cómo aún malgastaba esa porción de
dinero cuando podías tener acceso a toda esa información a través
de una pantalla. Pero allí estaba él, leyendo detenidamente, las
particularidades escabrosas del mundo. Desde hacía días me movía
entre la desconfianza y la absurdez. Y aunque ganaba siempre esta
última, el ronroneo de que algo no marchaba bien iba y venía a mi
cabeza.
Marchó el viernes pasado con su ligera
maleta y el pasaporte en la mano alegando que había surgido un
imprevisto, de difícil reparación, recalcó, en una de las fábricas
que su compañía tenía repartidas por el mundo, y requerían su
presencia. Y allí nos quedamos mi madre y yo, sentados en la mesa de
comedor, frente a una cena que siempre era hecha con esmero y cariño.
No recuerdo que ella pronunciara palabra. Limpió sus labios con una
servilleta de lino y emitió una ligera sonrisa. Cuando él salió
por la puerta, se levantó, recogiendo cada plato, cada vaso con la
calma que la caracterizaba. No pronunció palabra.
-Mama,
¿estás bien?, le pregunté con preocupación. Se me quedó mirando
unos infinitos segundos, para acabar respondiéndome: sí, hijo,
mientras esforzaba una sonrisa, que nada tenía que ver con la suya
verdadera.
-Papá
volverá pronto, seguro, quise tranquilizarla.
-Sí,
claro, respondió y siguió introduciendo los platos en el
lavavajillas.
Todo ello hubiera sido sólo una anécdota,
desagradable, pero anécdota al fin y al cabo, si el domingo no
hubiera visto a mi padre andando tranquilamente por el centro
comercial norte. Su andar era ligero, como si supiera exactamente
dónde tenía que ir. Pestañeé varias veces porque pensé que era
mi mente proyectando lo que mi corazón deseaba, pero volvió a pasar
por el otro lado del cristal. Esta vez llevaba una pequeña bolsa, de
una tienda de artesanía del lugar. Mi mandíbula se quedó
congelada, sin que el bocata llegará a rozar mis labios, mientras
mis ojos seguían su trayecto hasta la salida. ¿Qué hacía en la
zona norte cuando se suponía que estaba en un país perdido?, me
bombardeaba a mí mismo. Era tal mi perplejidad que me aventuré a
preguntarle a mi madre cuándo regresaba él y me respondió un poco
irritada que había habido complicaciones y no podía regresar hasta
la semana próxima. Decidí dejarlo estar y esperar su regreso.
Buscaría una explicación lógica.
LA
ESPOSA
Sé
que debo abandonarle. Me repito una y otra vez, pero me duele tanto
separar a mi chiquitín de su padre que siempre vuelvo a perdonarle.
Sus ausencias prolongadas que cada vez duran más tiempo, sus malas
palabras alegando que fue “un mal día” en el trabajo, su estrés
que acaba dejando señal en mí. Sé que nunca le haría daño a
Héctor, pero realmente estoy tan segura de ello. Todo fue tan
idílico, tan mi propio cuento de hadas que sin darme cuenta mi
príncipe se convirtió en mi verdugo. He tenido suerte de que las
heridas fueran leves, pero ¿y la próxima vez? ¿Quién me asegura
que no va a golpearme con más fuerza? Trabajo, trabajo, trabajo, ésa
es su excusa. ¿Si no me irritaras tanto? ¿si no fueras tan pesada?
¿si ese niño dejara de llorar de una puta vez? Y yo asumo mi parte,
por no hacerlo mejor, por no ponérselo más fácil. Con él siempre
me equivoco. Antes esperaba emocionada su regreso. Ahora le pido a
Dios que no regrese. Nunca escucha mis plegarias. Debo abandonarle,
me digo a mí misma, suspirando para mis adentros.
-Cariño,
ya estoy en casa, ¿qué tal está mi machote?, pregunta con cierto
interés.
-Hola
amor, ¿qué tal ha ido tu viaje? ¿has tenido que trabajar mucho?
-Así
me gusta, querida, siempre interesada en mí, pero mi trabajo no es
asunto tuyo y lo sabes. Lo complicado déjamelo a mí. Te he
preguntado cómo está el niño, dijo con tono severo, a la espera de
una respuesta, pero sin perder la sonrisa.
-Ha
estado con gases, pero hoy está mejor, respondió ella mientras
estrujaba un trapo de cocina entre sus manos. Se acaba de dormir, le
adelanté.
-Bien,
bien, así me gusta. Prepárame un vermut con patatas, mientras yo me
cambio de ropa y quítate eso, pareces mi madre. Compórtate como una
esposa, le advirtió con su eterna sonrisa.
Preparé rápidamente su aperitivo para
poder cambiarme a su “uniforme”: una falda negra no demasiado
corta, pero tampoco muy larga, para que él pudiera acariciar mis
muslos a su antojo. Una camisa blanca que dejaba vislumbrar unos
pechos de gran diámetro. Por suerte, esta vez el niño no se
despertaría. Receta de antaño que le tendrá dormido unas cuantas
horas al menos. ¡Pobrecito mío!
Me mira desde su sofá con un largo puro
entre los labios. Mueve su dedo para atraerme hacía él, mientras me
guiña un ojo. ¡Quién me iba a decir que lo que un día amas, al
siguiente lo odias!
LA
MUJER
Vi
como los miraba en la pantalla. Una foto de familia feliz. Un bebé
entre sus brazos y su esplendorosa sonrisa. Pero iba pasando las
fotos y me fijé en ella. En su mirada. En cómo las arrugas iban
invadiendo su rostro. Esa mirada se iba volviendo triste en cada
foto. Parecía tan machacada. Él estaba tan feliz. Sin embargo,
nunca me lo hubiese imaginado. Aquel video. Ellos dos juntos. Atada,
amordazada, semidesnuda, suplicando que parara y él continuaba, sin
oírla, presa de su deseo, el único que importaba. Tan indefensa.
Tan sola. No éramos nosotros solos. Tenía otra vida, allá dónde
fuera, pero desde cuándo y porqué. Mi vida se desmoronó en
aquellos instantes, pero sentí rabia, dolor por aquel rostro. Si lo
del video ya había cruzado los límites, qué más no estaría
pasando aquella otra mujer, aquel pequeño.
De repente, mis pensamientos se
sobresaltaron al escuchar el tintineo de un juego de llaves en la
puerta. Estaba de regreso. Otra vez. ¿Cuánto dolor habría
diseminado esta vez?
-Cariño,
ya estoy en casa, ¿qué tal estás? ¿y el chico?, saludó él.
-Salió
con los amigos, dije yo mientras me obligaba por esbozar una sonrisa.
He hecho lasaña para cenar. Ponte cómodo y en diez minutos cenamos.
-Genial.
¿estás bien, cariño?, preguntó él con interés.
-Una
ligera migraña, me excusé yo. Ves que si no se enfría la cena y me
giré hacia el horno para evitar su mirada.
No tuve otra opción. No fue por mí. Lo
hice por ella, por su hijo. Él no tenía derecho a arrebatarles la
vida lentamente. Dormía con un maltratador, con un violador, pero yo
tuve la suerte de ser la primera. Con nosotros era amable, aunque lo
justo. Nunca vi besos o abrazos a mi pequeño. Me decía que le
costaba expresarse, ya sabe, pero él era así. No tuve otra opción,
señor agente. Quise devolverles la esperanza que él les había
arrebatado.
llevo un tiempo leyendo tu blog y anoche tuve un sueño contigo jajaj super divertido! Gracias!
ResponderEliminarBueno, lo importante es que mis historias fomenten la imaginación y os hagan pasar un buen rato. Espero que sigas disfrutando leyéndome.
ResponderEliminarme gustaría contarte el sueño, ¿tienes alguna dirección donde te pueda escribir en privado si te parece bien?
EliminarTal vez el significado de diversión no es el mismo para ti que para mí. De cualquier forma, si quieres hablar de mis textos, puedes escribir a ardid.orquidea@gmail.com
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