Comenzaba a estar cansada. Tras dos tardes de interminables caminatas, de entrar y salir de cada tienda olvidada, llegó a casa con el espíritu fracturado y la autoestima convertida en cenizas. Había que estar preparada: el maquillaje natural resultado de tres horas y dos kilos de potingues sobre su rostro. Todo por parecer natural. No podía olvidar el peinado; debía permacer inalterable cada vez que quitaba y ponía una prenda. Y, lo más importante, el ánimo y las ganas debían estar en su punto más álgido. Todo era necesario para encontrar el vestido ideal; ése que te trasmite seguridad, que te da porte, que te hace sentir una mujer. Porque, reconozcámoslo, cada vez que nos subimos a unos tacones, nos sentimos más mujer, la seguridad se apodera de nosotras y, con suerte, nos sentimos sexy. Es díficil de entender cuan gran valor puede tener una simple prenda, ya sea de mercadillo o de Dolce Gabanna, que nos convierte en aquella que siempre queremos ser.
Me hubiera gustado dejar algún texto, pero el día no ha sido muy bueno. La verdad es que hay días que sería mejor no levantarse. Os dejo por unos días. Voy a perderme entre playas y bosques, ruinas de otros tiempos, pasadizos a otros mundos, atardeceres con ojos a medio abrir y, tal vez, locuras de corazón. Espero volver con aires renovados, inspiración a borbotones y medias sonrisas sin descubrir. Besos a tod@s. Entrad en septiembre con recuerdos veraniegos y esperanza de próximas escapadas.
Parece una tontería,pero esa prenda tiene muchísimo valor,crees que te puedes comer el mundo si la llevas puesta.Hay que ver lo importante que es la imagen para la autoestima,¿eh?
ResponderEliminarLa verdad es que sí. Va inherente a nosotras. Pero lo mal que sienta salir a comprar una pieza en concreto y no traerte nada para casa. ¡Echo de menos las grandes ciudades! ¡Mis cazuelas por unos tacones!
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