Según avanzaba la mañana, la sensación de pérdida se abalanzaba sobre mí. Parecía que mi mente se había separado de mi cuerpo y había sido trasladada inconscientemente a aquel viejo patio de colegio: canastas, porterías, chavales regateando con la pelota. De repente, una pequeña niña de ojos morenos y gafas blanca de pasta (propias del momento; ahora salgo corriendo cada vez que me enseñan una) lloriqueaba porque el bruto de turno le había quitado su Barbie favorita (ésa a la que le ponía el mejor mini-vestido vaquero con taconazos). Así es. He acabado la mañana como si volviera a ser aquella niña pequeña a quien le quitan su juguete favorito en la hora del recreo. Lo reconozco, parezco una cría chica con una rabieta. Necesitaba sacarlo hacía fuera. Las malas energías es mejor no quedárselas para afrontar el mañana con aire renovado. ¡Qué estrés!
Y, de repente, para, se yergue y se distancia de él unos escasos centímetros, que ni el silencio se hubiera atrevido a atravesar. Le mira directamente a los ojos. Ella roza sus propios labios con su lengua para terminar con un pequeño mordisco en el labio inferior, por la parte izquierda de éste. Él se mantiene inalterable en su posición, controlando su deseo por ella, aunque su entrepierna tenga vida propia y roce suavemente el muslo derecho de su enigmática compañera sexual. Ella se inclina sobre él y echa su cálido aliento sobre la fina piel de su cuello provocando que ésta se erice, para terminar con un lametón a la altura de la barbilla. Y sin que ambos se rocen, sus lenguas se acarician atrayéndose entre si para terminar en un apasionado beso, que aunque comienza lento, termina salvaje, ansioso, donde las manos invaden el cuerpo del otro. Él la sube a la altura de su cintura y la penetra fuerte, mientras ella le rodea con sus piernas y su espalda es ahora la que golpea la
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Confesó