Hay despedidas que no lo parecen ni que lo pretenden. Hay palabras que
perforan más hondo que un simple "adiós". Ponerse la realidad delante
de los ojos, para después pisarla y mezclarse con ella y con aquellos que
forman parte de la misma: gente real que tardan quince minutos en mirarte a los
ojos por timidez, o aquellos que recorren kilómetros por un simple café y una
conversación, gente que se podría tocar, acariciar..... Al fin y al cabo, gente
real. Pero yo no soy más que la mera protagonista de un mal dibujante venido a
menos con ansias de conquistar un mundo inexistente. El diseño de una
treintañera pálida de ojos tristes en busca de una felicidad que huye con el
viento, que se empeña en decir una cosa cuando está sintiendo otra y que se ha
dado cuenta, aunque sea un poco tarde, que los sueños son para otros.
Y, de repente, para, se yergue y se distancia de él unos escasos centímetros, que ni el silencio se hubiera atrevido a atravesar. Le mira directamente a los ojos. Ella roza sus propios labios con su lengua para terminar con un pequeño mordisco en el labio inferior, por la parte izquierda de éste. Él se mantiene inalterable en su posición, controlando su deseo por ella, aunque su entrepierna tenga vida propia y roce suavemente el muslo derecho de su enigmática compañera sexual. Ella se inclina sobre él y echa su cálido aliento sobre la fina piel de su cuello provocando que ésta se erice, para terminar con un lametón a la altura de la barbilla. Y sin que ambos se rocen, sus lenguas se acarician atrayéndose entre si para terminar en un apasionado beso, que aunque comienza lento, termina salvaje, ansioso, donde las manos invaden el cuerpo del otro. Él la sube a la altura de su cintura y la penetra fuerte, mientras ella le rodea con sus piernas y su espalda es ahora la que golpea la
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Confesó