Siento cada latido en mi cabeza. Sien izquierda. Sien derecha. Tic Tic Tic. El reloj del corazón. La tensión bloquea mi cuerpo. Mis hombros se mantienen estrictos. Mis pensamientos sienten la bruma que impide su visibilidad. Deberíamos tener una goma del tiempo, para poder borrar aquel día que metimos la pata o hablamos demasiado o aquella semana en que las circunstancia se complicaron, en que TODO salía al revés. Así, yo podría borrar los dos días de esta semana que a cada paso empiezan a liarse como viejas bolas de lana, donde nunca se consigue encontrar la punta. Lo peor es que la semana tiene siete días, y sólo han pasado dos. Alguien comentaba (sorry, no recuerdo en que blog lo he leído esta semana) cuan diferente es la concepción del tiempo; los buenos momentos son rápidos como los pestañeos y los malos acaban siendo eternos como una conferencia a la que nunca quisiste ir, pero necesitabas esos créditos, por lo que te pasas aquellas eternas horas enmarañando el cuaderno o "confeccionando" la lista de la compra.
Y, de repente, para, se yergue y se distancia de él unos escasos centímetros, que ni el silencio se hubiera atrevido a atravesar. Le mira directamente a los ojos. Ella roza sus propios labios con su lengua para terminar con un pequeño mordisco en el labio inferior, por la parte izquierda de éste. Él se mantiene inalterable en su posición, controlando su deseo por ella, aunque su entrepierna tenga vida propia y roce suavemente el muslo derecho de su enigmática compañera sexual. Ella se inclina sobre él y echa su cálido aliento sobre la fina piel de su cuello provocando que ésta se erice, para terminar con un lametón a la altura de la barbilla. Y sin que ambos se rocen, sus lenguas se acarician atrayéndose entre si para terminar en un apasionado beso, que aunque comienza lento, termina salvaje, ansioso, donde las manos invaden el cuerpo del otro. Él la sube a la altura de su cintura y la penetra fuerte, mientras ella le rodea con sus piernas y su espalda es ahora la que golpea la
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Confesó