Alma llegó
agitada a la pequeña entrada de la estación. Ya no recordaba la hora de partida
del tren, pues no prestó demasiada atención. La manga de la camiseta le caía
levemente dejando intuir una piel canela con pequeñas motas de chocolate negro.
A pesar de ser un pueblo turístico, en aquella altura del año no era demasiado
transitado debido a las altas temperaturas. Le caían leves gotas de sudor por
las mejillas, que en alguna ocasión ella hizo pasar por lágrimas aventureras
pues le parecía menos vergonzoso y la dotaba de ese dulzor que muchos le
acusaban de carecer. Su mirada se perdía entre los andenes y los carteles
luminosos a la espera de alguna esperanzada noticia que le marcara el camino a
casa, a su próximo destino.
Cuando el nerviosismo comenzaba
a apoderarse de ella, una voz potente, marcadamente varonil, masculló algunas
palabras de las que Alma sólo llegó a identificar que se trataba en un idioma
incomprensible para ella. Su cara debió asemejar una gran interrogación, pues
el desconocido repitió las que debían ser las mismas palabras, pero esta vez en
un español adecentado y una media sonrisa, dejando intuir un leve toque
seductor innato y a la vez inconsciente. Alma dudó durante breves segundos si
responder con una educada sonrisa o un simple gracias, pero aquella voz marcó
el siguiente paso:
-Puedo
acompañarla, señorita, si no le importa, expresó el desconocido, mientras hacía
girar el paraguas sobre la acera.
Alma quedó más extrañada por la
visión del objeto en aquel verano asfixiante que por el ofrecimiento del nativo
de acompañarla simplemente para cruzar la vía.
-¿Por qué lleva
paraguas?, le preguntó ella indiscretamente y con los ojos abiertos de
curiosidad.
-Porque los días
de este calor inmenso, acostumbra a visitarnos una tormenta repentina. Hay que
aprender a ser previsor, respondió él con normalidad, mientras daba los
primeros pasos hacía la bajada al andén.
Ella tuvo que apresurar sus pies
para poder alcanzarle. A simple vista era un chico normal, nada llamativo. Alto
pero sin llegar a ser desgarbado. El paso del tiempo amenazaba demasiado pronto
en él, sin embargo le daba un toque de interés, apoyado por el intacto traje
sastre de color negro que vestía, a pesar de los elevados grados.
Eran dos extraños, que tenían
por compañía el tic tac de un viejo reloj que colgaba en la entrada de la
estación, sentados en un pequeño banco
de piedra a la espera de un tren que la llevara a cualquier parte. Si él tenía
destino o motivo, se desconocía. Tras unos minutos de silencio y justo antes de
que Alma lo rompiera más por la vergüenza del momento que por necesidad, él
susurró sin apenas mirarla:
-Si cierras los
ojos notas un leve soplo de alta calidez que te acaricia el cuello y serpentea
entre tus piernas, palabras que provocaron un sutil rubor en las mejillas de
Alma. No obstante, ella no se atrevió a
separar sus labios y siguió con atención las palabras que el desconocido
iba esculpiendo con su lengua.
-Sientes como tu
piel se va erizando según va salteando tus lunares. Tu falda se agita, pues el
aire morboso pretende mostrar tus muslos, y tras pronunciar estas letras, giró
lentamente su cara para perder su mirada en el muslo izquierdo que después de
un cruce inocente de piernas, Alma quedó al descubierto. La mirada de ambos se
encuentra provocando inesperadamente un calor interno en Alma, motivando que rozara
sus muslos para calmarse.
Súbitamente, caen las primeras
gotas de una tormenta imprevista sobre el pecho de ella provocando la erección
de sus pezones.
-Esa gota de
lluvia traviesa descendiendo entre tus pechos, absorbiendo el olor de tu piel,
sintiendo la suavidad hasta desembocar en tu ombligo. Y una compañera envidiosa
traspasando las fronteras de tu cuerpo, refrescando tu calor interno. Ese
contraste de humedad caliente que aguardas entre tus piernas convergiendo con
el frescor del agua recién nacida en la tierra, le susurraba él al oído sin tocarla,
mientras veía que el cuerpo de Alma se agitaba inconscientemente, mordía su
labio inferior y clavaba sus manos en el banco.
Y al fondo del paisaje se
escucha el traqueteo del tren quedando el andén inundado de maletas, trolleys y
despedidas a corto plazo. Ambos se levantan. Alma está agitada, sudorosa, ansiosa
de perder el tren que ahora se le presenta delante, pero cuando decide desear
aquel momento, a aquel desconocido, se gira lentamente y los susurros se han
ido con él.
:( Buah, te diste de baja? Podías haberte despedido :(
ResponderEliminarBueno, si quieres charlar, ya sabes mi whatssap.
Besos
Interesting information, thank it will help me.
ResponderEliminarjeux de amour
Mmmmmm una se queda con ganas de más! Muy bien escrito. ;)
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Me alegro de ello. ;)
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