No sé si
estas palabras cumplirán su fin, el de llegar a ti. Acabo pidiendo disculpas
tantas veces sin ni quisiera llegar a saber en qué me he equivocado; por tu
parte, tú siempre estás aclarando demasiadas cosas. No es que yo quisiera
acusarte de nada, pero las inseguridades se apoderan de mí y es más fácil estar
en la parte negativa del asunto, aunque el fondo se esconda en mí un pequeño
resquicio de positivismo.
Siempre te he
dicho que para que la comunicación sea efectiva es necesario que seamos dos; por
ello, ése es nuestro problema, no habernos sentados y haber mostrados nuestras
cartas, sin reproches ni acusaciones. Ambos somos demasiado adultos para
escondernos como chiquillos. Diferenciar el sexo del amor no sólo es cosa de la
edad. Pero nunca supe en cuál de los dos lados estabas o si realmente querías
los dos.
Tantas idas y
venidas; verdades a medio confesar, jugueteos mostrados en todo su esplendor.
Todo aquello fue verdad. Me hiciste sentir que lo fue. No me digas que estoy
equivocada. Entonces, por qué ahora ya no estás. Abandonas mi mundo sin ni
quisiera una nota de despedida en mi puerta, a la que tantas veces llamaste
para entrar. Ni una dirección. Ni un teléfono. Sólo un cuerpo que se adentraba
en mi cama cada noche buscando el calor de mi cuerpo desnudo. Un nombre sin
identificar que se adueña de mi mente.
¿Qué hice mal?
¿Por qué ya no estás?
¿Dónde has ido?
Las lágrimas
ruedan por sus mejillas mientras introduce cada una de estas palabras, tal vez
porque sabe que esta vez ella no esperará una respuesta que nunca va a llegar.
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Este email se
visualizó en la pantalla del ordenador portátil de la víctima, que se arrojó
del Mirador de la ciudad, a la misma hora que el sol comenzaba a despertar. Sin
embargo, se pudo comprobar que nunca llegó a su destinatario, tal vez porque
éste prefirió desconocer el triste final de esta historia.
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Confesó