Ir al contenido principal

Casualidades

- Lo siento, pero sólo puedo ofrecerte el sillón, aunque te aseguro que no es nada cómodo. Mi espalda queda muerta cuando el sueño me vence de madrugada. Si te parece, y sin ánimo de ofender, podemos compartir la cama; es lo suficientemente grande para que no te sientas invadida por el roce de mi piel.
- Creo que me quedaré con la segunda opción. Por lo menos sé que si tengo frío en mitad de la noche, puedo buscarte, ¿no?, dijo ella con su mirada ladeada y traviesa.
- Sólo debo avisarte de que no voy a cambiar mis costumbres nocturnas, dijo él seriamente.
- ¿Despiertas a media noche y muerdes lo que tengas delante?
- No, pero lo podría intentar. Más bien me refería a que duermo en boxers. Espero que eso no te incomode.
- Para nada, pero me tendrás que dejar una camiseta para poder dormir.
- Eso está hecho.
................................................
Llevo una vieja camiseta negra, de cuando tú eras adolescente; sólo me cubre parcialmente el trasero, por lo que a cada paso, mis nalgas son intuidas. El pelo desparramado sobre los hombros. A ti se te marca en todo su esplendor tu retaguardia, que no paro de observar cuando tú no me miras. Ambos nos introducimos lentamente bajo las sábanas, buscando encontrarnos casualmente. Las conversaciones van y vienen sin ton ni son; cosas sin importancia que buscan el pretexto de un acercamiento, de una mirada directa, de una petición silenciosa. 
Mi mano comienza a jugar con los rizos de tu cabello, como si de una goma elástica se tratase, pero tal vez a ti no te guste y empiezas a buscar unas cosquillas que no tengo. Tus manos sobre mi vientre juguetean con el piercing de mi ombligo, pero ahora soy yo la que te busca las cosquillas. En horcajadas sobre ti recorro tu pecho con las yemas de mis dedos, sintiendo como se te eriza la piel. Tú, esperas discretamente mis movimientos. Mi lengua juega con tus pezones. Y, subo hasta tu cuello, para besarlo muuuuuuuuy lentamente; pequeños besos de mis labios. Poder acariciarte la cara y sentir el raspar de tu barba. Mirarte a los ojos y saber que están pensando en mí, deseando mis próximos movimientos. ¿Los deseas?
 -----------------
Nota: Esto estaba guardado en el "cajón" (o, mejor dicho, en una carpeta del pc) hace más de un año. Así que hoy hago que vea la luz porque esta semana la inspiración la eché a un lado.

Comentarios

Publicar un comentario

Confesó

Entradas populares de este blog

Explotemos juntos en alguna ocasión (continuación de "Ni tú pá mi, ni yo pá ti")

Y, de repente, para, se yergue y se distancia de él unos escasos centímetros, que ni el silencio se hubiera atrevido a atravesar. Le mira directamente a los ojos. Ella roza sus propios labios con su lengua para terminar con un pequeño mordisco en el labio inferior, por la parte izquierda de éste. Él se mantiene inalterable en su posición, controlando su deseo por ella, aunque su entrepierna tenga vida propia y roce suavemente el muslo derecho de su enigmática compañera sexual. Ella se inclina sobre él y echa su cálido aliento sobre la fina piel de su cuello provocando que ésta se erice, para terminar con un lametón a la altura de la barbilla. Y sin que ambos se rocen, sus lenguas se acarician atrayéndose entre si para terminar en un apasionado beso, que aunque comienza lento, termina salvaje, ansioso, donde las manos invaden el cuerpo del otro. Él la sube a la altura de su cintura y la penetra fuerte, mientras ella le rodea con sus piernas y su espalda es ahora la que golpea la

Sueños de medianoche

Nos escondimos en aquel viejo cuarto, tras las escaleras de la segunda planta, después de la sala de ordenadores de los de segundo de carrera, ¿te acuerdas? Dos pares de vaqueros tirados sobre el suelo. Mi camiseta sobre el pomo de la puerta. La tuya, sobre la pila de viejas CPU, de una generación ya olvidada. El aire la ondeaba como la bandera de un barco pirata reclamando su territorio. Golpeaste mi espalda contra la puerta, sujetando con firmeza mis brazos por las muñecas, quedando a tu merced. Me clavaste tu mirada con tal intensidad, que aún hoy sólo necesito cerrar los ojos para sentirla sola para mí. Me susurraste al oído derecho que cerrara los ojos y cuando mis párpados se bajaron sentí tus labios recorrer lentamente mi cuello hasta la clavícula, haciendo estremecer todo mi cuerpo. Tu lengua saboreó mis pezones haciéndolos endurecer. Ibas bajando hacia mi ombligo; tus manos acariciaban las curvas de mi cuerpo. Sutilmente retiraste la última pieza que cubría mi cuerpo, quedan

¿Lo probamos?

-¡Chist, calla! -¿Pero esto no lo puedo utilizar? -No, eso tampoco. -Pues, no sé yo si me va a gustar, ¿eh? -Déjame a mí y verás como te gusta. Colócate ahí.  -¿Dónde pongo las manos? - Tus manos irán agarradas a este par de pañuelos negros. ¿Te aprietan? -No, así están bien. Lo has hecho para evitar que te toque. -No. -Ah, ¿no? ¿Y entonces por qué ha sido? -Para que tú no evites que deje de tocarte a ti. -Te aseguro que no vas a conseguir mucho sólo con un par de besos. -En ese caso, no te importará que también te ate por los tobillos, ¿verdad? -No conocía este lado tuyo, le dijo él con la mirada traviesa. Mientras ella cerraba el nudo del tobillo derecho, levantó su mirada hacia él y sin nombrar palabra, continuó con el tobillo izquierdo. -Ahora sí cumplirás la norma, sentenció ella. Sólo había una, la única era dar placer sólo a través de los labios. Estaba prohibido el uso de cualquier otra parte de