Empezó a colocar aquellas viejas cajas llenas de cartas, fotografías, cosas acumuladas por costumbre o por melancolía. Permaneció en el suelo releyendo viejas cartas de amor nunca enviadas. Destapó viejos sentimientos que hacía tiempo la vida decidió desterrar de su pensamiento. Sentimientos nunca materializados, amores nunca correspondidos, besos no encontrados. Miró con detenimiento fotografías de momentos pasados, de viejas excursiones y amistades de instituto. Sonrió al ver de nuevo caras ya olvidadas, risas encontradas, conversaciones inspiradoras. ¿Qué permanece de aquello? NADA. Sólo recuerdos y viejas fotografías. Su pensamiento se vuelve melancólico. Echa de menos los cafés de los viernes, las conversaciones mundanas, los pensamientos de amores, las miradas insinuadoras de los pretendientes. Todo ha cambiado. Ya no somos aquellas chicas ilusionadas con el mundo. Hemos evolucionado. Hemos cambiado. El cambio nos ha distanciado. O, simplemente, hemos dejado que la cuerda que nos unía se deshilachara. Nuevas inquietudes, responsabilidades, amores, ¿amistades? Nunca se me dio bien estrechar lazos y aquí sigo esperando que la amistad se acerque a mí para confeccionar nuevos tejidos de unión.
Nos escondimos en aquel viejo cuarto, tras las escaleras de la segunda planta, después de la sala de ordenadores de los de segundo de carrera, ¿te acuerdas? Dos pares de vaqueros tirados sobre el suelo. Mi camiseta sobre el pomo de la puerta. La tuya, sobre la pila de viejas CPU, de una generación ya olvidada. El aire la ondeaba como la bandera de un barco pirata reclamando su territorio. Golpeaste mi espalda contra la puerta, sujetando con firmeza mis brazos por las muñecas, quedando a tu merced. Me clavaste tu mirada con tal intensidad, que aún hoy sólo necesito cerrar los ojos para sentirla sola para mí. Me susurraste al oído derecho que cerrara los ojos y cuando mis párpados se bajaron sentí tus labios recorrer lentamente mi cuello hasta la clavícula, haciendo estremecer todo mi cuerpo. Tu lengua saboreó mis pezones haciéndolos endurecer. Ibas bajando hacia mi ombligo; tus manos acariciaban las curvas de mi cuerpo. Sutilmente retiraste la última pieza que cubría mi cuerpo, quedan
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Confesó