Tal vez el primer síntoma fue no desear estar juntos a cada instante. O cuando no estaba, no añorar su presencia. Comenzaron las excusas, los pretextos para evitar los momentos de intimidad. Mi corazón no palpitaba al ver su número en la pantalla. Nuestros recuerdos eran simpáticos. Una decisión complicada de tomar. Fuerzas difíciles de encontrar. Ahora no siento su cuerpo rozando el mío.Su lado de la cama aún guarda su perfume. Su presencia se diluye ante mí como una nuve de polvo. ¿Otra oportunidad? Sus ojos tal vez lo suplicaban, pero sus labios aceptaban y comprendían mi decisión. Permaneció fuerte, impasible ante nuestro futuro roto, separado en dos caminos que sólo el destino sabe si se volverán a juntar. Años de complicidad, de besos robados, de palabras susurradas. Fue un placer amarte, acariciarte. Ahora sólo nos quedan nuestros recuerdos.
Y, de repente, para, se yergue y se distancia de él unos escasos centímetros, que ni el silencio se hubiera atrevido a atravesar. Le mira directamente a los ojos. Ella roza sus propios labios con su lengua para terminar con un pequeño mordisco en el labio inferior, por la parte izquierda de éste. Él se mantiene inalterable en su posición, controlando su deseo por ella, aunque su entrepierna tenga vida propia y roce suavemente el muslo derecho de su enigmática compañera sexual. Ella se inclina sobre él y echa su cálido aliento sobre la fina piel de su cuello provocando que ésta se erice, para terminar con un lametón a la altura de la barbilla. Y sin que ambos se rocen, sus lenguas se acarician atrayéndose entre si para terminar en un apasionado beso, que aunque comienza lento, termina salvaje, ansioso, donde las manos invaden el cuerpo del otro. Él la sube a la altura de su cintura y la penetra fuerte, mientras ella le rodea con sus piernas y su espalda es ahora la que golpea la
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Confesó