Cada noche las voces vuelven a mí. Los recuerdos de aquellos que se quedaron en el camino, que no siguieron mis pasos, ahora se vuelven lejanos, aquellos que ya quedaban guardados en la parcela de olvido. Ahora vuelven a mí. Azotan sus nudillos contra mis recuerdos. Ahora deciden seguir mis pasos, pero, ahora, soy yo quien cambió el camino. Quien prefirió dejarlos en el olvido. ¿Por qué osáis a trastornar mi calma? Pero cada noche, vuelven a mí. Los recuerdos se transforman en ansiosos deseos del presente. Lucharé. Cogeré mi espada y os batiré en duro duelo. Lucharé hasta que os apartéis de mi camino. Hasta que volváis a mi cajón de los desastres, donde guardo todo lo inservible, como sois vosotros para mí.
Nos escondimos en aquel viejo cuarto, tras las escaleras de la segunda planta, después de la sala de ordenadores de los de segundo de carrera, ¿te acuerdas? Dos pares de vaqueros tirados sobre el suelo. Mi camiseta sobre el pomo de la puerta. La tuya, sobre la pila de viejas CPU, de una generación ya olvidada. El aire la ondeaba como la bandera de un barco pirata reclamando su territorio. Golpeaste mi espalda contra la puerta, sujetando con firmeza mis brazos por las muñecas, quedando a tu merced. Me clavaste tu mirada con tal intensidad, que aún hoy sólo necesito cerrar los ojos para sentirla sola para mí. Me susurraste al oído derecho que cerrara los ojos y cuando mis párpados se bajaron sentí tus labios recorrer lentamente mi cuello hasta la clavícula, haciendo estremecer todo mi cuerpo. Tu lengua saboreó mis pezones haciéndolos endurecer. Ibas bajando hacia mi ombligo; tus manos acariciaban las curvas de mi cuerpo. Sutilmente retiraste la última pieza que cubría mi cuerpo, quedan
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Confesó