-¿Por qué aquí?, le
preguntó él, mientras observaba la espalda de ella, con los hombros subidos
ligeramente, probablemente como consecuencia de aquel momento. Alternaba entre
la emoción y la tensión. La caída del sol acentuaba las curvas de sus caderas, cubiertas
por unos jeans. La ligera brisa, fomentada por el río que discurría a sus pies,
agitaba un cabello oscuro como el ébano, y ondulado como las olas de un mar que
no asomaba en el horizonte.
-Siempre deseé venir
a este lugar, respondió ella, sin retirar la vista del caliente atardecer que
les arropaba. Lentamente, para calmar los nervios de saber que él se encontraba
a su espalda, de sentir su respirar agitado, retira sus bailarinas a un lado y
procede a sentarse sobre las viejas maderas que forman aquel embarcadero. El
frescor del agua que fluye lentamente acaricia su pálida piel aún no bañada
por el sol. Unos segundos después, dos pares de pies se encuentran luchando por
un espacio que no les pertenece y gotas de mar dulce inundan su segunda piel.
Los nervios empiezan a dar una tregua y las palabras son emitidas como los
acordes de una vieja canción, sonora, dulce, fácil, simple...
Su cuerpo es tendido sobre las lamas
de madera, mientras él acaricia su mejilla y besa sus labios con lentitud,
saboreando su dulzura, sintiendo la suavidad de su boca. Entrelaza sus dedos
con las ondas del cabello de ella para retirarlos de los pechos que esconde con
pulcritud. Desnuda uno a uno los botones de sus ojales sin apartar la mirada de
esos labios que se muerden intencionadamente, de esos ojos que confiesan el
deseo que tantas noches han plagado sus sueños. Leves mordiscos en la oreja que
anuncian un deseo salvaje, casi agresivo. Lametazos que recorren su cuello
hasta perderse en una clavícula pronunciada que recibe un prolongado beso,
extenso, extasiado, excitante, casi orgásmico. Gemidos que una garganta no se
atreve a silenciar. Sonrisa masculina seductora. Pequeños besos descendiendo
por la columna vertebral; una lengua húmeda que marca el recorrido entre el
ombligo y los pezones, un triángulo puntiagudo, donde hay cabida para los
pellizcos, los mordiscos, los lametazos...
-Suavemente, susurran
los labios de ella, mientras sus manos acarician el pelo de su compañero.
Y él, muerde delicadamente, con su
boca abierta, el pezón de ella, a la par que sus miradas se revelan el deseo
que no se permiten en su realidad, en la de cada uno.
Ella se yergue y deja a la vista el
torso de él, que acaricia, con sorpresa, con temor. Las yemas de sus dedos
recorren las líneas de los músculos de su compañero hasta tropezarse con la
abotonadura de su pantalón. Ambos quedan semidesnudos, azotados por la brisa,
ya casi nocturna. La fría y blanca piel de ella contrasta con la caliente y aceitunada
piel de él.
De nuevo, ella depositada sobre la
madera. De nuevo, él ofreciéndole placer. Sus culotes descienden por sus
piernas mientras las manos de él las van acariciando hasta perderse en los
tobillos. Los besa. Su lengua mojada va marcando las curvas de ella, evitando
los lunares, las cicatrices. Y se pierde entre sus muslos. Siente la suavidad,
el calor, la humedad que él le provoca. Su lengua la acaricia. Está en plena
expedición: movimientos circulares que tal vez no provoquen la sensación
buscada; desplazamiento vertical que aviva unos gemidos más extensos; vibración
emergente acompañada de invasión manual que suplica un "no parar, por
favor"; alternación que provoca un placer exquisito, ansiado, necesario.
Gemidos que se funden con los sonidos de la naturaleza salvaje y nocturna, que
se reinician cuando el pene le invade hasta el fondo. El roce con las paredes
de su interior, el calor de ambos fundidos en un sólo espacio. Cada embiste provoca
en el cuerpo de ella una descarga de placer. La rapidez de los movimientos aumenta.
La respiración entrecortada y agitada. Los ojos cerrados de él cuando el
éxtasis empieza a llegar. Las uñas de ella clavadas en los bíceps de él, su aviso de que está próximo a culminar. La confirmación de ella de que está preparada.
Dos cuerpos desnudos,
el de él, depositado sobre el suelo, mientras una pierna remueve el agua; el de
ella, ligeramente apoyado sobre él, con las piernas entrelazadas.
Y su mano, retira un mechón rebelde
de la cara de ella, para poder observar esos ojos tristes y, entonces, ella le
dice: "Éste es tu sueño, ¿no te hubiera gustado descubrir qué pasaba en el
mío?" Y las imágenes se desintegran tan rápido como el humo de una fogata
en la noche de San Juan.
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Por esos chicos que
ya practiquen el amor o el sexo, saben hacerlo realmente bien. Porque esto es
una cosa de dos y para dos.
¿Ojos tristes? lo único que hay que tomar para arreglarlos son: decisiones.
ResponderEliminarTal vez su decisión fue tornar sus ojos en tristes. ;)
Eliminar¿Te he dicho hoy que te adoro?
ResponderEliminarEres realmente encantador. ;)
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarQue profundo me ha llegado esa última frase.
ResponderEliminar¡Una taza de té en el Edén?
http://losdeliriosdepandora.blogspot.com
Leer tu comentario ya hace que valga la pena seguir escribiendo. ;) Gracias.
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