Pasaría
unos días en una ciudad de costa por cuestiones laborales. Horas de reuniones y
charlas sobre temática variada que desearían hacerme pisar la arena que se
vislumbraría al otro lado del ventanal. Por ello, opté por contactar con un
conocido que tenía en la ciudad. El toque de entretenimiento que yo desearía.
Dejé su nombre en recepción con una copia de la llave de mi habitación. A él,
sólo le dije que estaría más cerca de lo que podría imaginar, una dirección y
una hora. El trayecto se hizo interminable. Varias horas de coche. Lluvia por
doquier. Opté por una cena ligerita y una ducha reconfortante. Las cortinas ampliamente
corridas hacia el ir y venir de las olas. Mi cuerpo adornado con un conjunto
negro de ligero, fino tanga, medias negras hasta el muslo y un sujetador
balconette. Durante unos largos minutos disfruto del paisaje, recogiendo el
frescor que sube hasta la séptima planta.
Mi
cuerpo tendido entre sábanas blancas, de espaldas a la puerta. La luz de la
luna depositada sobre la alfombra. Lentamente, la manilla de la puerta
desciende hacia abajo. Un ruido demasiado sutil para sucumbir. Sus dedos
recorren el perfil de mi figura, desde mis rodillas, pasando por mis caderas,
bajando hasta mi cintura, se detiene a saludar a mi pezón derecho y continúa su
camino hasta el último rincón de mi cuello. Mi piel se estremece en su
totalidad. Mis ojos empiezan a despertar. Mis labios festejan su presencia con
una sonrisa picarona. Allí, inquieta, inmóvil. Él recorre mi cuerpo, esta vez
con sus labios. Intercala pequeños besos con lengüetazos sabrosos. Siento su
respirar en mi oreja derecha. Aproxima su cuerpo al mío para demostrarme el
efecto que causo en él. Mi trasero siente su pene erecto. Mi entrepierna, cada
vez más húmeda, deseosa de cada centímetro de él. Retira mi tanga, dejándome
sólo con la faldita e introduce su pene en mí sin avisar. Embestidas en
nuestro silencio. Gritos en mi deseo. Sólo un poquitín para calentar. Me come
la boca con ansia como si fuera una desconocida, como si aquella fuera nuestra
primera y última vez. Hago que mi sujetador yazca sobre la lámpara de noche.
Relame mis pezones suavemente. Acaricia mis pechos con delicadeza y continúa
bajando. Levanta ligeramente la falda, lo justo para poder saborearme con su
lengua. Primero, movimientos suaves, después más y más rápidos hasta tener
que suplicarle que pare. Deseo su cuerpo, le deseo a él. Le como la boca, le beso
el cuello, le succiono los pezones. No paro. Estoy salvaje. Saboreo su pene con
mis labios, poquito a poco, lo voy introduciendo hasta llevarlo al fondo de mi
boca. Movimientos hacia arriba y hacia abajo provocándole placer. Una y otra
vez. Más y más rápido. Sube. Sube. Mi mano acompaña mi boca. Sus jadeos me excitan
aún más. Siento como mi excitación baja por mi muslo derecho. Somos
dos cuerpos excitados dándonos placer mutuamente. Dos cuerpos nunca encontrados.
Echaba de menos este toque tan tuyo.
ResponderEliminarSiempre es un placer leerte :)
Me alegra de que te haya gustado y de volver a tener por aquí. Te echaba de menos. ;) Me gustaría volver a leerte.
EliminarEsa ficticia primera y última vez dan la intensidad precisa a cada encuentro. Feliz fin de semana.
ResponderEliminarIntensidad es lo que debe describir a cada encuentro sexual. ¡Buen finde! Besos.
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