Sus ojos tristes renacieron de nuevo. Al principio solo era una pequeña
melancolía, pero según pasaban los días la tristeza se extendía por sus gestos.
El peso de su historia la llevaba en una pequeña mochila que acostumbraba a
pasear de aquí para allá. Porque sentía que la tristeza no era un estado del
ser, sino que era ella misma. Dejó de sonreír con los ojos, para pasar a
hacerlo en una pequeña mueca de sus suaves labios. Qué importancia tenía si en
ello nadie reparaba. Prefería esconderse detrás de objetos inanimados para
salvaguardar su coraza de latón, ya oxidada por las lágrimas que sobre ella ha
derramado. Escondite. Huída. Miedo. Simples palabras, sólo palabras.
Substantivos de sentimientos que no llega a comprender pero que hacen el camino
de ida y vuelta de su cabeza a su corazón. Intento de racionalizar lo que no es,
lo que sólo es puro sentimiento que no consigue comprender. Y Mika vive en mí
como estas letras penetran en ti.
Y, de repente, para, se yergue y se distancia de él unos escasos centímetros, que ni el silencio se hubiera atrevido a atravesar. Le mira directamente a los ojos. Ella roza sus propios labios con su lengua para terminar con un pequeño mordisco en el labio inferior, por la parte izquierda de éste. Él se mantiene inalterable en su posición, controlando su deseo por ella, aunque su entrepierna tenga vida propia y roce suavemente el muslo derecho de su enigmática compañera sexual. Ella se inclina sobre él y echa su cálido aliento sobre la fina piel de su cuello provocando que ésta se erice, para terminar con un lametón a la altura de la barbilla. Y sin que ambos se rocen, sus lenguas se acarician atrayéndose entre si para terminar en un apasionado beso, que aunque comienza lento, termina salvaje, ansioso, donde las manos invaden el cuerpo del otro. Él la sube a la altura de su cintura y la penetra fuerte, mientras ella le rodea con sus piernas y su espalda es ahora la que golpea la
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Confesó