El local
estaba abarrotado. Cosa normal a esas horas nocturnas y puesto que no hay mucho
más donde escoger. Al principio, entras con cierta confusión. Tus ojos tienen
que irse adaptando de las luces amarillentas de las farolas que alumbran la
noche a las lámparas multicolores y siempre en movimiento que se distribuyen
por toda la sala. Intentas vislumbrar caras conocidas o, en el mejor de los
casos, un hueco donde aposentar los cansados zapatos de tacón, que ya andan
deseosos de echarte de su camino. Sin embargo, toca mantener la compostura y
mantienes tu postura erguida, con tu mirada perdida e intentado escuchar el
comentario de turno de alguna de tus amigas sobre que tal o cual es adecuado
para una o varias noches. Aunque tú sigas pensando, como buena señorita, en
cruzar el umbral de tu residencial y retirar deseosamente los tacones de tus
pies y caminar por el suelo desnudo, a la par que vas pidiendo no encontrarte
con ningún vecino, el cual llegara a pensar, ¡esta loca descalza a las cinco de
la mañana.....! No sé si son normas o costumbres no escritas, pero una vez que
hemos decidido nuestra ubicación o más finamente, nuestras coordenadas, toca
examinar nuestro alrededor, con vuelta de niña del exorcista incluida, no
fuéramos a perdernos lo más recomendable. Pero, como me decía mi tía
Enriqueta, ¡hija, lo tuyo no ha sido elegir hombres, ¿no serás de esas raritas
que tienen "amigas"?! Pero era mejor asentir a tenerle que explicar
que las relaciones ya no son como antes y a veces preferimos seguir el riachuelo a
preguntarnos porqué y hacia dónde...
He de reconocer que me pasó completamente
desapercibido, más por la multitud de gente allí conglomerada que porque él no
fuera a surtir ningún efecto en mí. Fue Luisa la que me dio el aviso. Si no
fuera por las amigas las probabilidades de ligar serían infinitamente
inferiores a las que realmente son. Yo miré desinteresadamente no fuera a darse
cuenta que pudiera estar interesada, y es que las cartas solo se pueden mostrar
en el momento justo. Primero una mirada aspersor con unos segundos de
detenimiento en el interesado. El siguiente paso es comprobar que la mirada no
es una casualidad y realmente te está mirando a ti y no a la rubia tetuda que
baila exageradamente detrás de ti, que es más que probable. Después de tres o cuatro
coincidencias de miradas de confirmación, éstas pasan a ganar profundidad e
intensidad, incluso si hay atrevimiento, puedes lanzar alguna media sonrisa.
Llegados a este punto, surge la duda, tus amigas te dicen de cambiar de sitio o
incluso de finalizar allí la noche, o dar un paso de aproximación física
dotando de voz a la conversación. Tú o él. Él o tú. Tú esperas que sea él
porque la independencia femenina es inferior a la timidez del primer momento de
intercambio de saliva, que no me refiero a intercambio bucal, no señor. Frente
a frente. El tema de conversación. La mirada. Los gestos. Según juegue cada uno
sus cartas, optarás por acompañar a tus amigas o intercambiar............ y tú,
¿juegas tus cartas?
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Confesó