Recorro con las
yemas de mis dedos desde el nacimiento de su pelo, el surco de su nariz, la
suavidad de sus labios, en cuya boca mis dedos se introducen dulcemente, la
geografía de su nuez; quiero que mis dos manos acaricien suavemente la forma de
sus músculos como si de calcar un mapa se tratase. Mis nalgas encima de sus
caderas. Mi cuerpo se yergue en su totalidad, mostrando una camiseta de algodón
negra, que apenas deja intuir unos pezones punzantes y un minúsculo tanga gris
ceniza. Mis ojos siempre expectantes en los suyos. Los labios buscándose
ávidamente los unos a los otros. Sus manos recogiendo salvajemente mi trasero.
Su pene clavándose entre mis piernas. Mi excitación bajando por mi piel. Su
cuello siendo comido por mi boca, por mis labios, dejando la huella de mi
presencia. Manos introducidas por debajo de mi camiseta, buscando el calor de
unos pechos tersos. Tanga encima de la mesilla. Mi cuerpo a cuatro patas,
mirando las estrellas que iluminan la madrugada, mientras en cada embestida me
hace subir del mundo. Sus manos en mis caderas. Empujones. Gritos. Excitación.
Sudor. Necesidad. No parar. Más. Y más. Media vuelta sobre la cama. Yo le
saboreo. Él me saborea. Lengua, manos, labios. Todos son herramientas del
placer que nos hacen explotar. Y mientras miro su cuerpo desnudo, lamo su pene
hasta parar lentamente y sentirlo dentro de mí. Embestida tras embestida. Su
cuerpo cubriéndome de placer, mientras al oído me susurra, buenas noches.
Nos escondimos en aquel viejo cuarto, tras las escaleras de la segunda planta, después de la sala de ordenadores de los de segundo de carrera, ¿te acuerdas? Dos pares de vaqueros tirados sobre el suelo. Mi camiseta sobre el pomo de la puerta. La tuya, sobre la pila de viejas CPU, de una generación ya olvidada. El aire la ondeaba como la bandera de un barco pirata reclamando su territorio. Golpeaste mi espalda contra la puerta, sujetando con firmeza mis brazos por las muñecas, quedando a tu merced. Me clavaste tu mirada con tal intensidad, que aún hoy sólo necesito cerrar los ojos para sentirla sola para mí. Me susurraste al oído derecho que cerrara los ojos y cuando mis párpados se bajaron sentí tus labios recorrer lentamente mi cuello hasta la clavícula, haciendo estremecer todo mi cuerpo. Tu lengua saboreó mis pezones haciéndolos endurecer. Ibas bajando hacia mi ombligo; tus manos acariciaban las curvas de mi cuerpo. Sutilmente retiraste la última pieza que cubría mi cuerpo, quedan
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Confesó