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Mostrando entradas de octubre, 2011

Kilómetros, horas, divagaciones

Tal vez esto no sea más que una parafullada que no lleve a ninguna parte. El sueño de un desconocido trasladado a palabras y susurrado en la cola del metro. A veces es más fácil aprender de aquellos que son ajenos a nosotros que de nosotros mismos. Tratamos de establecer distancias, probablemente porque creemos que es lo que la otra persona necesita, aunque en el fondo, debemos reconocer que se trata de una norma que interiorizamos para poder avanzar, superar ese bache que nos ha preparado la vida en el camino. Las distancias son necesarias en algunas ocasiones; para superar un proceso de pérdida doloroso o para comprobar si la decisión que has tomado anteriormente será o no definitiva. En ocasiones, optamos por marcar kilómetros, no se sabe si porque creemos que es lo que la otra persona necesita o simplemente porque no tenemos la valentía de afrontar la realidad, ya sea con nosotros mismos, o frente a él o ella. El dolor es un proceso de alteración inesperado e inevitable, que se es

No estoy para la ocasión

Me situé al otro lado, en un rincón oculto por las sombras de las nubes que acompañaron el día. Vi tu mirada perdida, algo inquieta. Estabas rodeado de gente que iba y venía hacía ti con palabras bonitas, deseos de un futuro prometedor, a lo que tú respondías con un humilde "gracias". Estabas muy guapo con ese traje negro. Permanecí callada, ausente en la distancia, arropada por las ramas de un viejo olivo que hacía algunas semanas le habían arrebatado su vestimenta. En esos momentos, se arremolinaban a tu alrededor como un último intento de sacarte de aquella locura. Llevaba puesto el vestido negro ajustado, el que me marca todas las curvas, que sólo con verlo siempre acababa tirado en el suelo, sin importar dónde estuviéramos. Sé que el protocolo no recomienda el negro para estas ocasiones, pero mi corazón está de luto. La hora estaba próxima. Las lágrimas se derramaban por mis mejillas, aunque mis ojos se ocultaban detrás de unas grandes gafas de sol, aunque tanto éste co

Carta de palabras

Estimado Alex:      Siempre dijiste que las palabras son elementos vacios que solos unos pocos somos capaces de dotar de verdadero valor. Nunca entendí la poca importancia que tú les dabas, yo que he volcado mi existencia en darles vida, llevándolas más allá de la simple faceta que pueden llegar a representar. Tal vez sólo por eso ya estábamos predestinados al desastre. Sin embargo, siempre me han gustado los riesgos y para mí fuiste alguien a quien descubrir, mi pequeño tesoro. Me insistías en que me olvidara de cavar sobre ti, pues lo único que podría encontrar era una inexactitud de sentimientos, a los que nunca quisiste poner etiquetas. Pero, más bien, era un baúl de dolorosos recuerdos que preferiste enterrar sin darles una buena sepultura. Te lanzaba mis preguntas de análisis, para sólo llegar a conocer la punta de tu iceberg, sin embargo, tú las apartabas como un espléndido jugador.        Hubiera conquistado el cielo, sólo por conocer un pedazo de lo que se esconde

Recorriendo

Cuando empezaba a caer la tarde, le gustaba recorrer las ruinas de aquella vieja fábrica. Escombros de éxitos pasados. Historias que se escapan entre medias paredes de hierro y ladrillo. Allí, perdida, se siente como en su hogar, una pieza resquebrajada, que hace ya tiempo hasta el olvido dejó en un rincón. Pequeños pasos hundidos en la tierra mojada que sólo la nocturnidad, el sexo y el alcohol se acuerdan de visitar. Un lúgubre silencio que sólo el viento osa en romper haciendo estremecer su talla treinta y seis. Llora hacia dentro, porque derramar lágrimas es un derecho que ella cree no pertenecerle. Recorre aquellas calles cada semana buscándose, buscando una mano que no encuentra, porque por mucho que ella alumbre su camino, hay quienes no están dispuestos a apartar los matorrales que tapan los destellos de los faros. Sólo hay un camino que se recorre en soledad, perdida en la oscuridad con la máscara de la vida.

Aprendiendo a ser

Las agujas del reloj se apoyan la una sobre la otra, señal inequívoca de que es hora de echar a andar y que el tiempo no apremie. Tácitamente va dejando cada prenda sobre la colcha que cada mañana extiende con fervor, evitando la más mínima arruga. Esta noche es demasiado especial por lo que ha decidido desempolvar una bonita minifalda negra, que compró la temporada pasada, pero que aún no había encontrado la ocasión de estrenar. Para acompañar, la eterna camisa blanca. Comienza a vestir sus largas piernas con la sutileza de quien viste a una delicada muñeca. El roce de la media con el tacto de su piel hasta acabar a la altura de su muslo. De postre, un conjunto comprado para la ocasión; de esos que él le pedía, pero que ella veía como un mero disfraz de quien nunca llegará a ser. La minifalda roza con sus muslos y se hace la difícil para terminar el proceso de cierre. Frente al espejo, va cerrando uno a uno cada botón de la camisa, mientras por debajo se deja intuir el encaje qu