Sólo son cinco minutos tarde, seguramente habrá tenido problemas para encontrar aparcamiento. El centro a estas horas es imposible, se decía ella una y otra vez, como forma de auto convencerse de que la decisión tomada fue la correcta.
Ahora, hace seis meses, que toda la historia comenzó. Fue en la fiesta de celebración del 25º Aniversario de la empresa. Ellos nunca se habían visto. Ella trabajaba como supervisora del departamento de ventas. Él, por el contrario, era el informático de la quinta planta. Sus miradas se cruzaron por primera vez en el cóctel previo a la cena. Ella se cruzó con sus penetrantes ojos, que, descaradamente, estaban recorriendo toda su anatomía. Al sentirse sorprendido, escondió sus pensamientos detrás del camarero de las bebidas espumosas. Ella le buscó entre risas, canapés y sonrisas forzadas sin notable éxito. Pero, el destino previó que volvieran a encontrarse media hora después, en la cuarta mesa a la derecha. Sólo les separaban la secretaria del director general y el informático de la segunda planta, en la cual trabajaba ella. Entre el primero y el postre las miradas fueron furtivas, temerosas, inocentes. Ella se sentía cada vez más tentada de tocar sus labios y sentir la suave piel que los cubre. Sus ojos verdes se veían resaltados por una camisa gris con pequeñas rayas negras. La corbata se sentía frustrada, porque no era costumbre de él cubrir su cuello con tremenda pieza. Sólo se sentía cómodo con vaqueros y viejas camisetas descoloridas por el paso del tiempo. Tres horas después, sus cuerpos se desnudaban mutuamente en una habitación del Hotel Pasadena, en la salida cuatro de la A6. Habitación 212. A partir de aquel día, se encontraban todos los miércoles, a la salida del trabajo.
Lo que nunca le dijo él, es que llevaba dos años conviviendo con su novia. Y, ahora, otro miércoles más, ella espera su llegada, temerosa de que algún día, él decida no aparecer.
Ya, han pasado diez minutos. Le daré diez minutos más, decidió ella. Mientras, recorría la habitación en culotes y camiseta de tirantes. Los finos zapatos de tacón descansaban en la entrada; era su forma de decirle que estaba preparada para una buena sesión de sexo. Pelo sobre su espalda. Raya negra sobre sus párpados.
Ya habían pasado veinte minutos y su más temible pensamiento se había hecho realidad. Él había elegido a la otra; aunque realmente ella era la otra. La que debía conformarse con sus caricias una vez por semana. La que nunca recibiría una llamada ni un sms. Ésta fue su primera norma, la de él. La que escondía sus lágrimas cada noche en la almohada al imaginarlo devorando a otra. La que se está consumiendo por dentro con cada tic del reloj.
Me.en.can.ta.
ResponderEliminarGracias, niño. Es un placer recibir comentarios de un buen escritor que empieza a despuntar. Por cierto, mi ejemplar sigue esperando tu dedicatoria. ;) Beijinhos.
ResponderEliminarImpresionante. Devastador...
ResponderEliminarUna situacion bastante complicada. Ella debe elegir. Aunque creo que esa decision no la tomara tan pronto.
ResponderEliminarUn muy buen texto, muy al estilo del que te conoci cuando entre por primera vez a tu blog.
Un abrazo.
me ha encantado. tantas veces me pregunto qué historias se esconden tras los clientes que visitan a diario mi hotel...
ResponderEliminarEn los triángulos amorosos tarde o temprano hay que elegir. Tiene que ser duro para ella querer y no poder tenerle a tiempo completo, pero a la vez no puedo evitar pensar en la novia. Qué diría si se enterase de todo esto.
ResponderEliminarBesos =)
Uf, me ha gustado... mucho
ResponderEliminarMe ha gustado. Me gustan las historias de amor en las que se sufre. Y es que creo que el amor y el dolor van dados de la manita.
ResponderEliminarTic Tac Tic Tac... una grotesca melodía que a más de una persona ha acompañado en los peores momentos de su vida.
ResponderEliminar¡Un saludo!