Sonaba el despertador. Su primer pensamiento era la báscula, si subía, si bajaba o si se mantenía. Pasó de niña a mujer. No reconocía su cuerpo frente al espejo. Donde antes había firmeza y delgadez, ahora acampaba celulitis y dimensiones desconocidas para ella. Donde antes había vacío, ya sólo se veían pechos firmes. Todo fue sin avisar. Ahora debía controlar aquellas necesidades que antes sólo eran comentarios vanos. Debía esquivar miradas lascivas de sus compañeros, de sus vecinos, de los transeúntes. Antes que ella pasaba desapercibida, ignorada por el mundo, vivía en su caparazón. Ahora, es una mujer sugerente, llamativa para el mundo. Cada noche analizaba su cuerpo y maldecía cada grasa acumulada en los rincones de su cuerpo. Pasó de niña a mujer. Ahora sólo le quedaba esperar, esperar hasta disfrutar de su cuerpo; conseguir mantener su imagen durante minutos frente al espejo.
Nos escondimos en aquel viejo cuarto, tras las escaleras de la segunda planta, después de la sala de ordenadores de los de segundo de carrera, ¿te acuerdas? Dos pares de vaqueros tirados sobre el suelo. Mi camiseta sobre el pomo de la puerta. La tuya, sobre la pila de viejas CPU, de una generación ya olvidada. El aire la ondeaba como la bandera de un barco pirata reclamando su territorio. Golpeaste mi espalda contra la puerta, sujetando con firmeza mis brazos por las muñecas, quedando a tu merced. Me clavaste tu mirada con tal intensidad, que aún hoy sólo necesito cerrar los ojos para sentirla sola para mí. Me susurraste al oído derecho que cerrara los ojos y cuando mis párpados se bajaron sentí tus labios recorrer lentamente mi cuello hasta la clavícula, haciendo estremecer todo mi cuerpo. Tu lengua saboreó mis pezones haciéndolos endurecer. Ibas bajando hacia mi ombligo; tus manos acariciaban las curvas de mi cuerpo. Sutilmente retiraste la última pieza que cubría mi cuerpo, quedan
Comentarios
Publicar un comentario
Confesó