Quisiera poder plasmar aquello que me persigue, que lucha por salir de mis dedos, pero la mente bloquea los buenos pensamientos, aquellos que poseen fuerza, que trasmiten ideas. El miedo escénico, a éste otro lado de la pantalla, hace bombear a mi corazón, mis venas se convierten en charquitos de un día de lluvia primaveral y yo, yo no me atrevo a saltar sobre ellos por miedo a que la tez blanca de estos menudos pies se manche de alegría, de satisfacción. Todos tenemos nuestra parcelita del miedo, aquella donde vamos guardando las malas experiencias, los malos recuerdos, nuestras inseguridades personales creando un globo cada vez más inflado, pero que nunca llega a explotar. Los miedos son consecuencia de las inseguridades personales. O tal vez los consideréis una resistencia a la felicidad, a que aquello que deseamos pero que no nos atrevemos a mostrar, a que se haga realidad. Y, aquí estoy intentando con la aguja en la mano, pero sin acercarme al globo, por miedo a explotar.
Y, de repente, para, se yergue y se distancia de él unos escasos centímetros, que ni el silencio se hubiera atrevido a atravesar. Le mira directamente a los ojos. Ella roza sus propios labios con su lengua para terminar con un pequeño mordisco en el labio inferior, por la parte izquierda de éste. Él se mantiene inalterable en su posición, controlando su deseo por ella, aunque su entrepierna tenga vida propia y roce suavemente el muslo derecho de su enigmática compañera sexual. Ella se inclina sobre él y echa su cálido aliento sobre la fina piel de su cuello provocando que ésta se erice, para terminar con un lametón a la altura de la barbilla. Y sin que ambos se rocen, sus lenguas se acarician atrayéndose entre si para terminar en un apasionado beso, que aunque comienza lento, termina salvaje, ansioso, donde las manos invaden el cuerpo del otro. Él la sube a la altura de su cintura y la penetra fuerte, mientras ella le rodea con sus piernas y su espalda es ahora la que golpea la
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Confesó