Cada noche las voces vuelven a mí. Los recuerdos de aquellos que se quedaron en el camino, que no siguieron mis pasos, ahora se vuelven lejanos, aquellos que ya quedaban guardados en la parcela de olvido. Ahora vuelven a mí. Azotan sus nudillos contra mis recuerdos. Ahora deciden seguir mis pasos, pero, ahora, soy yo quien cambió el camino. Quien prefirió dejarlos en el olvido. ¿Por qué osáis a trastornar mi calma? Pero cada noche, vuelven a mí. Los recuerdos se transforman en ansiosos deseos del presente. Lucharé. Cogeré mi espada y os batiré en duro duelo. Lucharé hasta que os apartéis de mi camino. Hasta que volváis a mi cajón de los desastres, donde guardo todo lo inservible, como sois vosotros para mí.
Y, de repente, para, se yergue y se distancia de él unos escasos centímetros, que ni el silencio se hubiera atrevido a atravesar. Le mira directamente a los ojos. Ella roza sus propios labios con su lengua para terminar con un pequeño mordisco en el labio inferior, por la parte izquierda de éste. Él se mantiene inalterable en su posición, controlando su deseo por ella, aunque su entrepierna tenga vida propia y roce suavemente el muslo derecho de su enigmática compañera sexual. Ella se inclina sobre él y echa su cálido aliento sobre la fina piel de su cuello provocando que ésta se erice, para terminar con un lametón a la altura de la barbilla. Y sin que ambos se rocen, sus lenguas se acarician atrayéndose entre si para terminar en un apasionado beso, que aunque comienza lento, termina salvaje, ansioso, donde las manos invaden el cuerpo del otro. Él la sube a la altura de su cintura y la penetra fuerte, mientras ella le rodea con sus piernas y su espalda es ahora la que golpea la
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Confesó