Mi necesidad de expresarme, es mi pereza de leer. Leer esos apuntes que cada día me miran con necesidad de sacudirles el polvo. Pero, mi vista es más rápida que ellos, y casi ni nota su presencia. El problema de esto, no es el tema de estudio. Puede ser interesante, incluso divertido o apasionante. Pero ESTUDIAR, verbo preconcebido como acto tedioso, aburrido, sin interés.
Echo la vista atrás para recordar mi relación con la lectura y con los libros. Se remonta años atrás (ya estoy en los veinte y muchos). Recuerdo mis clases de Lengua en el colegio. Todas las semanas, recuerdo que era viernes, íbamos a pasear a la parte trasera del patio de recreo. El profesor, vagamente recuerdo su nombre, y también director, en aquellos momentos, elegía al azar a uno de nosotros y tenías que hacer frente a los nervios, hablar de aquellas aventuras que habías descubierto a lo largo de la semana en unos pequeños libros, formato bolsillo. Eran libros peculiares, que cogías en la pequeña biblioteca de 2 x 2 metros (disculpen, pero soy de letras). Siempre estaba cerrada. Un pequeño tesoro, sólo disponible para unos pocos osados. Tenías que pedir que te abrieran la puerta. Una llave hacía la fantasía y la evasión; la evasión de la propia vida.
La curiosidad de esos libros residía en la diversidad de historias, dentro de aquellas cincuenta hojas. Al final de cada capítulo, tenías tres o cuatro opciones a elegir. Cada una marcaba una historia diferente. Siempre podías cambiar de opinión si el final no te gustaba. Letras + letras hacían una historia. Experiencias + experiencias hacen una vida.
Echo la vista atrás para recordar mi relación con la lectura y con los libros. Se remonta años atrás (ya estoy en los veinte y muchos). Recuerdo mis clases de Lengua en el colegio. Todas las semanas, recuerdo que era viernes, íbamos a pasear a la parte trasera del patio de recreo. El profesor, vagamente recuerdo su nombre, y también director, en aquellos momentos, elegía al azar a uno de nosotros y tenías que hacer frente a los nervios, hablar de aquellas aventuras que habías descubierto a lo largo de la semana en unos pequeños libros, formato bolsillo. Eran libros peculiares, que cogías en la pequeña biblioteca de 2 x 2 metros (disculpen, pero soy de letras). Siempre estaba cerrada. Un pequeño tesoro, sólo disponible para unos pocos osados. Tenías que pedir que te abrieran la puerta. Una llave hacía la fantasía y la evasión; la evasión de la propia vida.
La curiosidad de esos libros residía en la diversidad de historias, dentro de aquellas cincuenta hojas. Al final de cada capítulo, tenías tres o cuatro opciones a elegir. Cada una marcaba una historia diferente. Siempre podías cambiar de opinión si el final no te gustaba. Letras + letras hacían una historia. Experiencias + experiencias hacen una vida.
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